El síndrome del espectro autista (SEA), comúnmente conocido como autismo, abarca una amplia variedad de condiciones que se caracterizan por enfrentar desafíos en las habilidades sociales, comportamientos repetitivos, y en la comunicación, tanto verbal como no verbal. Según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, se estima que el autismo afecta a aproximadamente 1 de cada 36 niños en los Estados Unidos en la actualidad.
Es fundamental comprender que el autismo no se limita a un solo tipo, sino que abarca diversos subtipos, muchos de los cuales son influenciados por una mezcla de factores genéticos y ambientales. Debido a su naturaleza de espectro, cada individuo con autismo exhibe un conjunto único de fortalezas y desafíos. La manera en que las personas con autismo aprenden, piensan y resuelven problemas puede variar desde aquellos con un alto rendimiento hasta aquellos con dificultades más pronunciadas. Mientras que algunas personas con SEA pueden necesitar un apoyo significativo en su vida diaria, otras pueden requerir menos asistencia e incluso vivir de forma completamente independiente.
Diversos factores pueden incidir en el desarrollo del autismo, a menudo vinculados con sensibilidades sensoriales y problemáticas médicas como trastornos gastrointestinales (GI), convulsiones o trastornos del sueño. Además, es común que se presenten problemas de salud mental, tales como ansiedad, depresión y trastornos de atención.
Los signos de autismo generalmente se manifiestan alrededor de los 2 o 3 años de edad, con posibles retrasos en el desarrollo que pueden evidenciarse incluso antes. En muchos casos, es factible diagnosticar el autismo a la temprana edad de 18 meses. La investigación respalda la noción de que la intervención temprana conlleva a resultados positivos a lo largo de la vida de las personas con autismo.
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